29 septiembre 2007

CON LAS MANOS FRÍAS



Con las manos frías, un mimo.
Con los labios secos, una ventana.
Con mil hojas y palabras, un recuerdo.
Con un alma imaginaria, un titere.
Con apuro y valijas, un tren.
Con imágen y alas, un árbol.
Con angustia y soledad, un rincón.
Con oscuridad y misterio, un enchufe.
Con los pies en el agua, un vestido.

Con nada entre los dedos, el olvido.

04 septiembre 2007

DÍAS DE GLOBOS


El ambiente siempre tenía un aspecto cálido gracias a tu carácter risible. Jamás agotador. Con cada luna grasienta, tu cáscara y corteza resplandecían y me producían ceguez temporal, la suficiente como para rendirme bajo tus pies.
Insistías con realizar locuras mientras que, las paredes manchadas de humedad afectadas por la pérdida de consistencia, te transmitían impaciencia. Generalmente optaba por detenerte, o por lo menos intentarlo, con el fin de no interponerme entre la paz de los vecinos. Siempre me vencías, y en mi mente leal, admito el placer que me provocaba verte en ese instante de reflexión díscola y arrugada.
Tu clavícula solía humedecerse y coexistir a la luz de la vela, haciéndote ver más flexible en la profundidad de mis pupilas.
Manteníamos una relación inocente, pero sospechábamos que no nos alcanzaba. Te aburrías fácilmente de la misma rutina diaria, y yo, bueno, yo me habré quejado más de una vez del sopor que crecía incansablemente. Sin embargo, más allá de la desgana, no permitíamos someternos a la oscuridad ineficaz.
Me acuerdo que pasábamos tardes vaciando nuestros pulmones hasta agotarlos, solo por tu simple capricho de querer nadar entre globos y cintas. Me hacías correr de un rincón a otro buscando algo que nunca llegué a comprender, y hasta hemos desperdiciado atardeceres bajo el techo del departamento por tu pánico a las palomas del parque. Repetidas veces tuve que salir apurado hacia el almacén de la esquina para reponer el peine que se había perdido bajo tus rulos intensos y enmarañados.
Hemos concluido días enteros con el valor de la presencia mutua, podría decirse que hasta meses, pero nunca los suficientes.
Palpaba tu autoestima humilde todas las madrugadas, al implantarte frente al reflejo del espejo. Terminaba por convencerte sobre la delicadez de tu cuerpo y alma al ver que, insólitamente, una lágrima destrozaba la perfección de tu piel seca.
La escena de nuestro encuentro no la recuerdo claramente. Tengo una imagen fugaz de haberte distinguido entre la multitud apurada algún día de lluvia de un otoño cálido. Y luego, espiándote entre las cortinas apolilladas de un café de barrio. Nada más.
Y después pasó lo que supongo que tenía que pasar. Intercambiamos ideas, risas, y hasta hubo alguna confusión. De repente te tenía en mis brazos mientras olvidaba el entorno y me focalizaba en tu belleza singular.
Tus actos y tus reacciones me hacían dar una idea de que vos también te deleitabas con nuestros momentos, a pesar de que no lo admitías fácilmente. Siempre fuiste algo tímida, pero con migo, las cosas no se quedaban encerradas ni escondidas por mucho tiempo. Al parecer, teníamos los mismos signos y nos comunicábamos del mismo modo, algo que jamás pude encontrar en otra persona. La invisibilidad de tus pensamientos solían quedarse opacos frente a la intensidad de gravedad que presentaba mi estampa.
Y así fue como las horas fueron desgastándose. El trabajo te mantenía ocupada gran parte del tiempo, pero más allá de eso, lamentablemente, mi cuerpo empezó a desmoldarse con la adquisición de alguna enfermedad que ni los médicos identificaban. Tenías miedo de algún posible contagio y te las rebuscabas para elaborar ingeniosos pretextos que nos hicieran mantener distanciados. Conocía la verdad, pero tampoco me agradaba la idea de exponer tu vida frente a un arriesgado trato. Además, me regocijaba el respeto que existía entre nosotros, por ese motivo, prefería que me carcoma el silencio, sabiendo que en mi interior me asfixiaba. Nos veíamos con muy poca frecuencia, y de a poco, esa frecuencia optó por desvanecerse en la ignorancia.
Me escribías algunas líneas de vez en cuando, pero no puedo admitir que era lo mismo que tu presencia. Me hubiese complacido dedicarte unas palabras como respuesta, pero nunca dejabas dirección a la cual podía dirigir mis ambiciones y revelaciones aturdidas. Debía conformarme con descargarme frente a la nada.
Pocos meses después, me anunciaron el reestablecimiento de mi salud, pero ya era demasiado tarde. Conseguí armar tu destino con las diferentes historias que volaban sobre el vecindario. Te encontrabas en Europa. Muy lejos de acá. Supuse que ya no valía la pena salir a tu encuentro. Me arrepentí.
Mis días se ensuciaron de vacío y ya no me acompañaba nadie que jugara con mis sombras. El desorden de mi vida era casi irreparable. No lograba encontrar una salida sana dentro de aquel laberinto inmenso que perturbaba mi mente. Volví a enfermarme. Ahora desperdicio los segundos sentado en el suelo, aquel suelo que una vez te perteneció, aquel suelo que una vez estuvo pintado de tiza e ilusiones, aquel suelo que hoy ya no vale nada.
Dejaste que mi cuerpo se pudra en el desierto de mi arrogancia desválida.
Mis últimos días no parecen llegar, todo indica que estoy destinado al sufrimiento como encuentro terminante. Ya me resigné y no me queda nada por perder. Haberte perdido terminó con mi desgaste.