26 agosto 2007

EL CIELO SE CAE



Sola y sin paraguas,
Corre.
Su cuaderno de mamarrachos,
Desparrama tinta y confusiones.
Se perdió.
El chico del tronco,
Frágil como un titere,
Sus piernas cansadas,
Sus manos despiertas.
Entre sueños tararean,
Cámara de fotos sin funda,
Dibujan entre líneas,
Y vuelan entre libros.
Esta vez el cielo,
Gris, plateado, interminable
No importa,
Escondete que se cae.
Un colectivo,
Tres paradas y yo me bajo acá.


24 agosto 2007

DAGBOG FRA MIN CYKEL


Jeg er så glad for min cykel.

For nogle år siden, fik jeg en røde cykle, det er ej en almendelig cykel, men jeg vil ikke sige hvorfor, ellers vil i grine af mig.

Sidste uge gik jeg inde i byen og så pludselig cyklede en stor dame forbi. Hun var vel på min farfars størrelse. Jeg stod helt stille, forbavset over, hvordan hun var kommet op på den cyke. Jeg vil sige Det var ikke noget kønt syn (jeg skammede mig over at tænke sådan), og senere på dagen derhjemme sagde jeg til min mor, at aldrig skulle nogen grine af min store bagdel på en cykel :)

21 agosto 2007




UNA YAPA AUDITIVA. ♪

20 agosto 2007

VELA



El aire ahora se impregnaba de un olor seco, al quemar un fósforo para encender la vela que se
encuentra frente a mí. Un cilindro de cera blanca de baja estatura e importante grosor, está
adornado con una flamante llama, lo suficientemente poderosa como para brindarme un
abundante clima, de escasa luz y sombra dominante.
La parte superior va perdiendo su forma inicial, al ser calentada por el fuego y dejando a la vista una pequeña cantidad de cera derretida, posando sobre la todavía sólida.
La llama, ahora queriendo crecer, descansa sobre un pabilo en principio blanco. Al haber sido abrazado por el fósforo encendido y luego provocar una imitación sobre su propio cuerpo, tomó un color quemad oy oscuro, adornado con dos puntos naranjas al final. La forma recta que poseía antes de ser víctima del fuego y el calor, también había desaparecido, su extremo se había entumecido hacia el frente, dándole a la llama un mejor sostén.
El círculo de transparencia derretida ahora es mayor, el pabilo sano se divisa en su profundidad, con increíble paciencia.
Miro a mi alrededor. No todos los objetos de la habitación se distinguen con claridad. Me he colocado en un rincón y la vela se encuentra a pocos centímetros de mis ojos. Fue colocada en una base de vidrio, brindándole protección a las sábanas que se encuentran bajo suyo.
La llama sigue creciendo, devorándose el pabilo inocente. En torno mío se distinguen montones de fotos viejas y ajenas, enrollándose en los extremos a causa del descuido. Más cerca mío, descansa la caja de fósforos, sin pretenciones. Al alzar un poco la mirada encuentro un calendario de cuenta regresiva , dos fotos más y una grulla de papel, sostenida de un hilo de coser bajo una repisa vacía.
Resbala la primer gota de cera, petrificándose antes de llegar a la superficie de vidrio.
Sigo desviando la vista y pronto se me aparece el pequeño trozo de madera que me ayudó a encender la vela, con su extremo quemado e hinchado. Más allá encuentro otras dos velas, reposando en la frialdad, tras vasos de vidrio grueso y enano. Distingo un mapa de Australia, tapando la puerta de alguna conexión eléctrica, según mi suponer.
No se produjeron muchos cambios en el material que me brinda luz. El fuego sigue inquieto, interrumpiendo el aire y ganando confianza. Su color indefinido en la punta, y gris y azul por debajo me encandila las pupilas y hace que penstanée varias veces al retornar la mirada al papel.
Las sábanas bajo la escena sufren una leve suciedad en la superficie blanca, migas de goma de borrar y algún que otro pelo de gato también se divisa.
El cráter de cera fundida continúa ampliándose mientras una melodía indefinida y el pasar mojado de escasos autos llega a mis oídos. Tras los cristales de la ventana se tiñe un manto negro en los hombros de la noche.
Y mi vela sigue consumiendose. Las sombras bailan al compás de la llama intranquila, que cambia bruscamente de forma con cada uno de mis suspiros.
Si bien el fuego sigue ardiendo, la cera parece tomarse su tiempo, resistirse al calor, no dejarse vencer tan facilmente.
Un suspiro más. Un baile desplomado más.
El fuego desmechado domina con más valor el cuerpo del pabilo, tornándolo de un negro potente y llamativo en la vela blanca. Los dos puntos naranjas ahora forman uno solo y de mayor tamaño, produciendo así una imagen de poder.
La música que antes me susurraba al oído se apagó y lo único que ahora llega a mis oídos es el pasar de los segundos de un reloj perdido en la oscuridad, pero nunca olvidado.
Me pongo a pensar en la vela, mientras esta se sigue consumiendo. Muchos recuerdos no me trae, más que las tardes de lluvia de un domingo aburrido, o los días en que por problemas también de lluvia o simplemente eléctricos, la luz desaparecía, dejándonos en penumbras, mientras corríamos a buscar faroles o pequeñas velas para alumbrar la casa, de repente tenebrosa. Más que eso, para mí una vela sigue siendo una vela; un material de relajación, de amor, de iluminación, y en los momentos de infancia, de diversión.
Vuelvo a posar mis ojos sobre aquel objeto. La mecha se va desarmando con disimulo y el fuego se refleja en la pequeña superficie de cera derretida.
La llama logra alargarse y cobrar un aspecto juvenil. Realiza movimientos dóciles con más frecuencia dejando un reflejo plateado sobre mis palabras.
No volvieron a resbalar gotas de cera, el acto se está tomando con más tranquilidad, y el fuego egoísta predomina la escencia.
Ahora empiezan a caer gotas de agua sobre las tejas y la ventana. Intentan desconcentrar el ambiente, pero no obtienen tanto triunfo como el sonido de un auto al recorrer el asfalto mojado y silencioso. Mientras tanto, la vela sigue en su lugar, ajena a todo, y son mis ojos los que quieren cerrarse. La llama parece estar más despierta que nunca, formando sombras a lo largo de sus alcances.
Los segundos se siguen escuchando y la vela se sigue consumiendo, como sabiendo lo que hace, como cumpliendo una rutina inevitable.

17 agosto 2007

PUENTE


Cruzabas el mismo puente doce veces al día. Las he contado. Lo cruzabas con el sol del norte o del oeste. Lo cruzabas con o sin paraguas, aunque preferías no llevarlo y así experimentar las delgadas pero pesadas gotas de lluvia acariciando tu piel. Lo cruzabas lentamente, girando la cabeza primero hacia la derecha y luego hacia la izquierda. Lo cruzabas después de haberte asegurado de que no había nadie más sobre él, ya que el perfume de los demás te distraía y robaba el aroma del río casi seco que corría sin descanso. Lo cruzabas para ir a la plaza o el teatro, pero lo cruzabas, y se notaba que lo disfrutabas, así como uno disfruta el sonido del viento al despeinar aquellos altos árboles. Solías cruzarlo descalza, deteniéndote antes de empezar la travesía para desnudarte los pies y apreciar el frío adoquín sobre tus tobillos. Lo cruzabas reluciente de alegría o perdida en la tristeza, pero siempre segura de vos misma. Lo cruzabas haciendo una pausa en ciertos punto para recoger alguna piedra, hoja, pelusa o flor que encontrases allí. Lo cruzabas con una elegancia marchita y especial. Lo cruzabas también esquivando charcos, o a veces saltando sobre ellos con real placer. Lo cruzabas perdiéndote en la bruma de las mañanas y brillando bajo el resplandor de la noche. Lo cruzabas tarareando siempre la misma melodía inventada. Y lo cruzabas olvidándote que lo estabas cruzando.
Hace semanas que no te veo más, pienso que habrás encontrado un nuevo puente, o que simplemente te has cansado; pero gastaría la mejor de las estrellas en verte cruzar el mismo puente que yo conozco, una vez más; solo que esta vez sabiendo que estoy a tu lado y que bajo mis brazos camina aquella figura que siempre observé de tan cerca, pero a la vez, de tan lejos.