26 octubre 2007

ACTITUD CREATIVIDAD

La noción del mundo desaparece tras los párpados cerrados, en un ambiente inocente, en donde lo único que se hace oír es el suspiro que sale de tu alma y cuerpo, como queriendo escapar de presiones y ataduras, haciendome valer por cada centímetro de piel que me fue concedido, la propia identidad; entrando así en un estado de nula persepción más que la personal: el indecifrable mundo, la inagotada respiración totalmente relajada, con el peso del cuerpo volcado unicamente en la planta de los pies y el cuello, acompañando el ritmo del escaparse personal..

15 octubre 2007

LOS GESTOS INTERIORES.


Como olvidándose de los mapas. Como si las hormigas que subían por su falda no le importasen ya, involucrada en aquel laberinto de pueblos perdidos y libros olvidados. Como si lo único presente a ella fuese un campo de margaritas silvestres. Como tarareando un sinfín de poesias inconclusas. Como recordando las tardes de verano en las que solía columpiarse hasta que el sol desaparecía. Como hipnotizada, capaz. Como revuelta en trapos, bichitos de luz, y algún que otro cuaderno de mamarrachos. Como con una sonrisa siempre presente. Como bicicletas que van y vienen, sin rumbo alguno, más que el de destinos inciertos. Como palabras sueltas que hacen sentir bien, hacen imaginar y descifrar.
Así, simplemente así.

12 octubre 2007

GUMMIBOTAS



botas de goma al cine/ botas de goma sin medias// botas de goma azules/ botas de goma en la puerta// botas de goma con poca lluvia/ botas de goma y mucho barro// botas de goma gomosas/ botas de goma de escasa historia// botas de goma esperando/ botas de goma, vos y yo//

11 octubre 2007

MOSQUITOS, O PECES¿


sublibélulas,
caballitos de pica

SÓLO ESO.

sólo quiero estar entre tu piel.

08 octubre 2007

EGGS Y PAN.


Media docena de huevos y un cuarto de miñones era lo que me hacía despegarme del pasto todas las tardes. Mi instinto me lo recordaba a tiempo. Separaba mi camisa arrugada del mundo verde y caminaba mareado hacia la humedad de la cocina, las monedas que se encontraban dentro de la heladera viajaban al bolsillo trasero de mi pantalón. Cruzaba la puerta principal, asegurándome de que ninguna mosca perdida entrase para después revolotear tras el vidrio pidiendo su libertad.
Me producía escalofríos pisar las baldosas silenciosas y muertas, y es por eso que me equilibraba paso tras paso por el angosto cordón. Mi nariz apuntaba al cielo, mientras los párpados me servían de cortina contra el viento y las nubes. Mi mente no hacía otra cosa que contar los pasos que restaban hacia la meta, y mientras tanto, el silencio de la siesta me aireaba por completo. Tres, dos, doblaba a la derecha. Una canción entera, unos centímetros de cordón roto, cinco más y ya había llegado. Abría los ojos, y a grandes zancadas me escabullía hacia el interior del almacén. Mi compra se encontraba siempre lista, dentro de una bolsa de plástico, colgando en un rincón. Ya lo dije antes, era la hora de la siesta, y el único alma vagando por las calles desiertas del pueblo era la mía. El almacén quedaba abierto por mí, aferraba la orden dentro de mi puño, depositaba las monedas sobre el mostrador y emprendía el camino de regreso, al igual que lo hacía a la ida, pero contando de atrás para adelante.
Mi casa vacía esperaba, y yo me hundía en ella respirando con fervor y paciencia.
Los huevos los descansaba sobre una canasta debajo de la mesa y el pan, tras la puerta que daba al patio. Y era así como seguía con mi rutina, me dirigía hacía el exterior, con un vaso entre mis dedos, y lo llenaba con el agua que había noche y día resbalando de la palangana del fondo. Lo vaciaba en mi garganta y me dejaba caer nuevamente entre la hierba. Rodaba un rato y luego me detenía. Mi única compañía era el silencio y lo disfrutaba hasta su fin. Me hacía pensar y comprender, viajar y regresar, inflar y desinflar.
Luego el cielo se iba oscureciendo y el movimiento iba aumentando. Mi casa ya no era más mía. Gente circulaba sin temor y discutía tras el ocaso. A mi me disgustaba el atardecer y su vida. Me apoderaba de mi silencio y me lo llevaba a los callejones más quietos. Permanecía ahí hasta que la luna se escurría. Volvía y mi plato se encontraba sobre la mesa, la comida fría y el pan caliente. Comía sin ganas pero con necesidad. Al terminar me levantaba y me acurrucaba contra una de las paredes heladas y frívolas.
Al despertar ya todos habían tomado su rumbo, yo salía al patio y recobraba vida. Una y otra vez, día tras día. Lo que nunca entendí fue porqué las monedas se guardaban en la heladera y de qué servía la media docena de huevos diarios.

05 octubre 2007

RULOS AL VIENTO, PIES EN EL BARRO


Sintiendo las amontonadas gotas de agua tras el vidrio y con los ojos siguiendo las líneas del libro que tiene entre manos, se deja llevar, a través de la ciudad, alejándose de ella, en un colectivo atiborrado de gente cubriéndose de la lluvia y trasladándose valla a saber uno a dónde. Se aprecian malos gestos, gruñidos, pero ella no es parte de ese teatro, por el momento sólo se encuentra cubierta de nuevos lugares, nuevas palabras, y un dolor en la espalda que descubrirá más tarde.
Una loma de burro la distrae. Muchos hacen fuerza con los puños o con las piernas, intentando no deslomarse en el suelo tras la abrupta sacudida. Una anciana tapada de bolsas es la única en no lograrlo, y cae sobre la superficie mojada provocando un ruido seco y llamativo. Como parte de una reacción conocida, unos dos hombres la ayudan a ponerse en pie mientras que un tercero, intenta recoger las bolsas desparramadas entre la multitud. Listo. Todo sigue. Nada pasó.
Ella vuelve con su libro. Vuelve a perderse. A pocos minutos, enfoca la vista en el más allá y una estación de servicio en ruinas le avisa que su parada se aproxima. Compone su figura, pide permiso a la mujer de al lado y se encamina hacia la puerta, zigzagueando en ese laberinto de húmedas pieles y humores desganados. Su pulgar presiona el timbre que, con un chillido prolongado, avisa al chofer que quiere deshacerse de esa pantomima.
Nadie la acompaña, el único par de pies acariciando el asfalto son los suyos. Son tres las cuadras que tiene por delante en ese aspecto. Después, llega lo mejor. El momento de doblar a la derecha, el de agacharse, sacarse las sandalias y dar los primeros pasos por aquel mar de barro gomoso que la hace balancearse sin dominio. Una sonrisa invade su rostro. Con lentitud, pero con placer, atraviesa esa cuadra y media solitaria, dejando que la tosca se escurra entre sus dedos, produciéndole una sensación que probablemente sólo ella entienda. Qué más da? Con quién compartirlo? Ese espacio le pertenece, le habla, y la hace avanzar como queriendo no hacerlo, como suspirando a cada paso que su destino se acerca. Amagó con perder el equilibrio un par de veces, pero solo fueron puras intuiciones. Llega. Su casa. Tres días sin verla. El jazmín de la puerta la hace mantener la sonrisa esa que nadie ve, pero que se siente. Perfuma la tarde gris. Antes de entrar, enjuaga sus pies en una regadera repleta de agua que en seguida se torna marrón. No espera a que se sequen. Entra. Encuentra a su madre sacando unas galletitas de queso del horno, roba una, y sube a su cuarto, dejando caer la mochila, el buzo y la carpeta en el acolchado rayado. Aprecia con la mirada esas cuatro paredes rojas, llenas de momentos creativos y baja por las escaleras que momentos atrás subió dejando libre un escalón de por medio.
Intercambia palabras. Cuenta sin muchos detalles sobre su semana, y se siente en casa nuevamente, olvidando esos destinos inciertos que le intrigaban durante el viaje, y suspirando una vez más, acordándose que es viernes y que ya todo queda olvidado por unos días.

02 octubre 2007

OCTUBRE

¿Qué es lo que espera octubre de mí y de la humanidad?
O, ¿qué es lo que la humanidad y yo esperamos de este octubre?

01 octubre 2007

LLUVIA SIN TRUENOS.


Esos grandes trueno y rayos que me despertaron a las 4 de la mañana pensé que iban a durar todo el día, pero no. Sólo invadió esa lluvia aburrida, sin mucho que decir, que lo único que me provoca es desgana y me obliga a tirarme en la alfombra verde de mi cuarto, a escuchar un poco de blues, prender un sahumerio de vainilla, leer mafalda o escribir algúna que otra línea.

Mi madre tapa la lluvia instalándose en la cocina, tras montones de huevos, harina o manteca.

Mi hermana tiene la suerte de haber escapado de todo esto. Una semanita en Córdoba, lejos de todo. (espero que de la lluvia también)

Mi hermano en el colegio, pretendiendo estudiar mientras no hace más que mirar por la ventana o dormirse entre sus brazos.

Mi padre, trabajando, como siempre. Llueve o truene.

Y mi gato, bueno, en la misma que yo, escondido bajo el techo, evitando el agua, y panza arriba.

Y ahora, solo espero la tarta de choclo que huelo de fondo. Como para terminar el día.

Espero que mañana tome un poco de color la lluvia esta. Callendo como se debe: con ruido, luces, destellos, viento y todo lo que la hace interesante, o llendosé, y dejando al señor sol que brille tranquilo.