20 agosto 2007

VELA



El aire ahora se impregnaba de un olor seco, al quemar un fósforo para encender la vela que se
encuentra frente a mí. Un cilindro de cera blanca de baja estatura e importante grosor, está
adornado con una flamante llama, lo suficientemente poderosa como para brindarme un
abundante clima, de escasa luz y sombra dominante.
La parte superior va perdiendo su forma inicial, al ser calentada por el fuego y dejando a la vista una pequeña cantidad de cera derretida, posando sobre la todavía sólida.
La llama, ahora queriendo crecer, descansa sobre un pabilo en principio blanco. Al haber sido abrazado por el fósforo encendido y luego provocar una imitación sobre su propio cuerpo, tomó un color quemad oy oscuro, adornado con dos puntos naranjas al final. La forma recta que poseía antes de ser víctima del fuego y el calor, también había desaparecido, su extremo se había entumecido hacia el frente, dándole a la llama un mejor sostén.
El círculo de transparencia derretida ahora es mayor, el pabilo sano se divisa en su profundidad, con increíble paciencia.
Miro a mi alrededor. No todos los objetos de la habitación se distinguen con claridad. Me he colocado en un rincón y la vela se encuentra a pocos centímetros de mis ojos. Fue colocada en una base de vidrio, brindándole protección a las sábanas que se encuentran bajo suyo.
La llama sigue creciendo, devorándose el pabilo inocente. En torno mío se distinguen montones de fotos viejas y ajenas, enrollándose en los extremos a causa del descuido. Más cerca mío, descansa la caja de fósforos, sin pretenciones. Al alzar un poco la mirada encuentro un calendario de cuenta regresiva , dos fotos más y una grulla de papel, sostenida de un hilo de coser bajo una repisa vacía.
Resbala la primer gota de cera, petrificándose antes de llegar a la superficie de vidrio.
Sigo desviando la vista y pronto se me aparece el pequeño trozo de madera que me ayudó a encender la vela, con su extremo quemado e hinchado. Más allá encuentro otras dos velas, reposando en la frialdad, tras vasos de vidrio grueso y enano. Distingo un mapa de Australia, tapando la puerta de alguna conexión eléctrica, según mi suponer.
No se produjeron muchos cambios en el material que me brinda luz. El fuego sigue inquieto, interrumpiendo el aire y ganando confianza. Su color indefinido en la punta, y gris y azul por debajo me encandila las pupilas y hace que penstanée varias veces al retornar la mirada al papel.
Las sábanas bajo la escena sufren una leve suciedad en la superficie blanca, migas de goma de borrar y algún que otro pelo de gato también se divisa.
El cráter de cera fundida continúa ampliándose mientras una melodía indefinida y el pasar mojado de escasos autos llega a mis oídos. Tras los cristales de la ventana se tiñe un manto negro en los hombros de la noche.
Y mi vela sigue consumiendose. Las sombras bailan al compás de la llama intranquila, que cambia bruscamente de forma con cada uno de mis suspiros.
Si bien el fuego sigue ardiendo, la cera parece tomarse su tiempo, resistirse al calor, no dejarse vencer tan facilmente.
Un suspiro más. Un baile desplomado más.
El fuego desmechado domina con más valor el cuerpo del pabilo, tornándolo de un negro potente y llamativo en la vela blanca. Los dos puntos naranjas ahora forman uno solo y de mayor tamaño, produciendo así una imagen de poder.
La música que antes me susurraba al oído se apagó y lo único que ahora llega a mis oídos es el pasar de los segundos de un reloj perdido en la oscuridad, pero nunca olvidado.
Me pongo a pensar en la vela, mientras esta se sigue consumiendo. Muchos recuerdos no me trae, más que las tardes de lluvia de un domingo aburrido, o los días en que por problemas también de lluvia o simplemente eléctricos, la luz desaparecía, dejándonos en penumbras, mientras corríamos a buscar faroles o pequeñas velas para alumbrar la casa, de repente tenebrosa. Más que eso, para mí una vela sigue siendo una vela; un material de relajación, de amor, de iluminación, y en los momentos de infancia, de diversión.
Vuelvo a posar mis ojos sobre aquel objeto. La mecha se va desarmando con disimulo y el fuego se refleja en la pequeña superficie de cera derretida.
La llama logra alargarse y cobrar un aspecto juvenil. Realiza movimientos dóciles con más frecuencia dejando un reflejo plateado sobre mis palabras.
No volvieron a resbalar gotas de cera, el acto se está tomando con más tranquilidad, y el fuego egoísta predomina la escencia.
Ahora empiezan a caer gotas de agua sobre las tejas y la ventana. Intentan desconcentrar el ambiente, pero no obtienen tanto triunfo como el sonido de un auto al recorrer el asfalto mojado y silencioso. Mientras tanto, la vela sigue en su lugar, ajena a todo, y son mis ojos los que quieren cerrarse. La llama parece estar más despierta que nunca, formando sombras a lo largo de sus alcances.
Los segundos se siguen escuchando y la vela se sigue consumiendo, como sabiendo lo que hace, como cumpliendo una rutina inevitable.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

ahhh....kien te hizo ahcer este ejercicio ehh??...
muy bueno lo escrito y mejor la foto de nuestro amigo sin cabeza....jaja..ya lo voy a matar a ese hostpapa mala onda
se t extrana...nos vemos??

juaN dijo...

el texto en tiempo real serán 90 segundos. Tu vida son millones de segundos, hay fuego, cera, vidrio, oscuridad, luminosidad, espasmòdico fulgor y trillado llanto.
Pero ante todo, almas sensibles hay que buscarse para emprender la fogarata vital.