Sus manos resbalaron y por un segundo lo dominaron el miedo y los latidos paralizados. La piel que ahora descubrían las yemas de sus dedos, había sido hasta ese momento algo inexplorado y silencioso.
Para su sorpresa, ella escondió sus pupilas negras tras los párpados, y los rincones de sus labios se tornaron en una sonrisa salada.
Cruzaron pensamientos a lo largo de ese instante congelado, mientras la cera se consumía en los candelabros de aquella oscura biblioteca.
Luego siguieron su camino, olvidando y disfrutando; sintiendo y descifrando.
Mientras el movimiento cesaba, ella largó un profundo suspiro y sus cuerpos se despegaron.
Otro enigma más.
Él se vistió de tranquilidad con el reflejo de la luna dormida y se despidió entregando un beso en la frente.
Hasta para sus almas la verdad era un misterio, quizás no, pero no creían que andar pateando hojas secas durante el otoño te podía regalar una compañía.
Sus miradas transmitían barro seco. Aquellas rajaduras profundas necesitaban de explicaciones para ser reparadas, pero la timidez y la inocencia no parecían ayudar.
Otra noche más.
Sus dedos se encontraron al pie del olvido.
No cruzaron palabras. Otra despedida más. Otro beso en la frente.
Un vestido blanco, eso era todo lo que él necesitaba; y ella… bueno, ella sentía su sangre satisfecha con el olor de su camisa sudada y de su cabello húmedo.
Había algo más? No, las palabras no las necesitaban, un beso o una mirada podía describir historias completas.
Otro superficial encuentro más.
Él la tomó de la mano y caminaron perdiéndose en la bruma.
Sus pasos se consumieron bajo el empedrado de las calles desoladas.
Cada tanto cruzaba un gato, y después otro.
El chirrido de la reja oxidada anunció el fin del tibio cuerpo junto a él.
Un beso en la frente.
El teléfono descolgado, las cortinas cerradas. Llave tras la puerta y taza de café entre las uñas.
Aquella mirada alcanzó. Todo se entendió.
Ya no llevaba el abrigo de otoño, ya no había hojas sobre el pasto. La nieve cubría los recuerdos, mientras él se despedía con una lenta maniobra ocultándose en la esquina.
Para su sorpresa, ella escondió sus pupilas negras tras los párpados, y los rincones de sus labios se tornaron en una sonrisa salada.
Cruzaron pensamientos a lo largo de ese instante congelado, mientras la cera se consumía en los candelabros de aquella oscura biblioteca.
Luego siguieron su camino, olvidando y disfrutando; sintiendo y descifrando.
Mientras el movimiento cesaba, ella largó un profundo suspiro y sus cuerpos se despegaron.
Otro enigma más.
Él se vistió de tranquilidad con el reflejo de la luna dormida y se despidió entregando un beso en la frente.
Hasta para sus almas la verdad era un misterio, quizás no, pero no creían que andar pateando hojas secas durante el otoño te podía regalar una compañía.
Sus miradas transmitían barro seco. Aquellas rajaduras profundas necesitaban de explicaciones para ser reparadas, pero la timidez y la inocencia no parecían ayudar.
Otra noche más.
Sus dedos se encontraron al pie del olvido.
No cruzaron palabras. Otra despedida más. Otro beso en la frente.
Un vestido blanco, eso era todo lo que él necesitaba; y ella… bueno, ella sentía su sangre satisfecha con el olor de su camisa sudada y de su cabello húmedo.
Había algo más? No, las palabras no las necesitaban, un beso o una mirada podía describir historias completas.
Otro superficial encuentro más.
Él la tomó de la mano y caminaron perdiéndose en la bruma.
Sus pasos se consumieron bajo el empedrado de las calles desoladas.
Cada tanto cruzaba un gato, y después otro.
El chirrido de la reja oxidada anunció el fin del tibio cuerpo junto a él.
Un beso en la frente.
El teléfono descolgado, las cortinas cerradas. Llave tras la puerta y taza de café entre las uñas.
Aquella mirada alcanzó. Todo se entendió.
Ya no llevaba el abrigo de otoño, ya no había hojas sobre el pasto. La nieve cubría los recuerdos, mientras él se despedía con una lenta maniobra ocultándose en la esquina.
(esto tendrá cerca de tres años, lo tenía olvidado)